lunes, 20 de octubre de 2008

Arrebato de inspiración en una noche de otoño

En una aurora particular, un joven se hallaba meditando. Escribía, escribía sin cesar, como si estuviera poseído por un espíritu, el cual le producía una ensoñación tal que el resto del mundo comenzaba a desvanecerse delante de sus ojos. En ese lugar, en ese preciso instante, ya nada más existía, solo él y su obra. Sus palabras nunca se habían sintonizado de esa manera, fluían sin cesar y él estaba ahí, viajando junto a ellas. Ya no podía detenerse, las ideas le venían como si fueran un aluvión.

En tan sólo un día había escrito un libro entero, y al cabo de terminar aquel, comenzó rápidamente con otro. Y así transcurrió todo su segundo día de arduo trabajo sentado bajo un árbol, junto a su nueva producción. Pasado el tiempo comenzó a percibir que estaba escribiendo en la mismísima tierra, ya se había hecho uno con esa resplandeciente naturaleza. Se sentía tan pleno y tan orgulloso por todo su trabajo, considerándolo la creación más sublime que jamás había realizado en toda su vida.

Hasta que un momento reflexionó: “¿cómo puede ser que yo haya escrito dos libros en tan sólo dos días, cuando habitualmente como mucho puedo escribir a penas un par de hojas?” Y en ese instante bajo la mirada nuevamente sobre su obra y solo encontró unas cuantas piedras desparramadas por la tierra. No podía entenderlo, ¿acaso se había pasado todo el día moviendo ese reducido número de piedras? ¿Eso era todo lo que había hecho en ese día? No, no puede ser, exclamaba el joven.

Dentro de su estado de profunda confusión, recordó el cuaderno que había escrito anteriormente, acudió a él, pero no lo encontraba. Lo buscó desesperadamente, insistía en que él lo había escrito, tenía q estar allí.... y allí estaba, sólo q no podía verlo. Cuando lo abrió solo encontró montones de grafismos arcaicos, y fue pasando las hojas, una por una, cada vez con más velocidad mientras decía: "No puede ser, ¿esta fue mi gran obra, cómo puede ser, estuve todo el día para escribir estas rayas?"

Y ahí fue cuando pensó: “¿acaso me he vuelto loco?, yo creía que este había sido un momento cumbre y en realidad solo estaba moviendo un par de piedritas, ¿acaso he perdido el juicio?”

De repente, su mujer se le acercó, notando su desesperación. Él intentaba de explicarle lo sucedido, pero en ese momento notó que le pesaba la cara, no la sentía, se hallaba paralizada. No podía decirle nada, no podía modular palabra alguna. Su espíritu insistía una y otra vez en explicarle que era lo que le estaba sucediendo. No había caso, sólo meros esbozos de palabras extrañas y desarticuladas afloraban de su boca, tornando todo tan lento que era indiscernible. Cualquier intento de expresar lo que sentía ya era inútil.

Frustrado, alzó la vista para reposarla sobre el espejo, y su espíritu se retorció del espanto al ver su deformado rostro, totalmente carente de facción alguna. Nuevamente se preguntaba “¿qué me pasa?, ¿estoy perdiendo la razón?”, se sentía muy impotente.

“Yo que me creía una persona cuerda… al final tenían razón, era cierto que yo estaba loco, como no pude verlo antes, y es recién el día de hoy que puedo darme cuenta, una vez que ya ha estallado.

Ya no tengo control sobre mí, por más de que lo intente y me esfuerce, no hay caso, mi cuerpo no responde, y tampoco se por cuanto tiempo más pueda seguir pensando en ello. A donde irán a parar todos mis anhelos, mis deseos; las pocas ilusiones que aún persistían se están yendo por la borda en este preciso momento. Al final, sólo soy un mero ser patético.”


Una vez más la razón se hizo presente, convirtiendo hasta el sueño más hermoso, en la más terrible pesadilla. Esa cosa que suelen llamar razón, ¿cuánta razón parece tener al final no?

Cuanto ganamos cuando la perdemos, y cuanto perdemos cuando nos percatamos de ello.